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La maldita brevedad de las cosas

te acompaño

La autora del blog no tiene escrúpulos a la hora de hablar de ciertos temas, como puede ser la muerte. Ahora bien, si es usted sensible al tópico de este post, o hipocondríaco, le recomiendo que no lea esto. La autora del blog comprende su sensibilidad y no soporta el sufrimiento ajeno ni propio.

Por fin has dejado de sufrir. Cuando llegué al hospital y te vi, también vi lo que los demás no veían, o no querían ver: aquella era tu última noche. No hacías más que pronunciar mi nombre y preguntarme la hora, yo acaricaba tu frente y te besaba.
-Estoy muy nerviosa, Mónica. No quiero cerrar los ojos, puede que no los abra nunca más.
-Necesitas descansar...Si no duermes te pondrás peor.Y mañana tienen que hacerte hemodiálisis.
-¿Qué hora es?
-Las once y media-te respondí.
-Ay, lo que me espera. Tengo mucho miedo. ¡Tengo mucho miedo!
-No lo tengas...estoy aquí contigo. Pídeme lo que quieras - te decía yo.
-Nada de lo que me digas puede servirme.
Aquella respuesta fue tan descorazonadora como cierta. Yo nunca había mentido tanto, ni tampoco me había dado cuenta de que fueras tan sabia. Sabías que ibas a morir, sabías que yo lo sabía y sabías que yo estaba mintiendo. ¿Sería mejor haberte dicho " sí, te estás muriendo" ? Para mí, no.
Cada quejido tuyo me desgarraba por dentro, y me costaba un trabajo inmenso ocultarlo. Yo te daba aire con unas hojas de periódico, tratando en vano de aliviar tu sufrimiento.
-Cierra los ojos, por favor, duérmete...estás muy fatigada.
Tenías mucho miedo a la muerte, porque tus ganas de vivir fueron siempre tan grandes. Recuerdo cuando te pusiste a reformar la cocina nada más terminar la quimioterapia. Parecía una locura, pero aquello no era más que una manifestación de tu negativa a dejar este mundo.
-Estoy muy nerviosa, no quiero cerrar los ojos.¡Ay, Mónica, ay, Virgen del Carmen!
¡Ay, Mónica!¡Mónica!
Cada vez que pronunciabas mi nombre, era como si mi carne se abriese, como si alguien estuviese desgarrándome a tiras por dentro y por fuera. Qué ganas tenía de que cesara tu dolor. Después de acariciar tu frente un rato, te quedaste dormida. Cabezota, deliciosamente cabezota y decidida, lo hiciste con los ojos abiertos mientras los míos se cerraban después de dos noches de no dormir.
Cuando empecé a quedarme fría en aquella horrible butaca, me desperté sobresaltada porque no oía tu respiración. Pero no cerraste los ojos, no.


Me alegro de haber sido yo quien te acompañase en el último tramo hasta el embarcadero para este viaje, después de trece años de duro camino. Te cerré los ojos, porque yo también soy muy cabezota.


Descansa en paz.

7 comentarios

Tanis el semielfo -

Las dos cabezotas..y ahora podeis sonreir las dos ;)

Mónica -

Gracias Nakazanius!Bienvenido por estos lares.

Nakazanius -

Me ha dejado helado. Un texto absolutamente crudo y directo. Y contado con total serenidad. Aplausos.

Lluís -

...

Mónica -

:)

Ess -

una se vuelve sabia ante lo que de verdad importa...nacer...morir.
Estoy aquí, yo también.

CAPITAN CALANDRAKA -

!Tremendo!, por desgracia todos hemos librado una batalla alguna vez contra la muerte de un ser querido, y casi siempre la perdemos...